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El Buque Fantasma

UN HOMBRE PEGADO A UNA STRATO

RORY GALLAGHER
(1948-1995)
Un hombre pegado a una Strato

Rory Gallagher nació en Ballyshannon (Irlanda) en 1948 y murió en Londres en 1995. Sus restos reposan en Cork, a donde su familia se trasladó en su infancia y donde Rory empezó a convertirse, a edad precoz, en un dotado guitarrista y un apasionado bluesman. Cuentan sus familiares que ya a los 9 años (1957) Rory andaba fascinado con la música de Buddy Guy, Muddy Waters, John Lee Hooker y todo el blues negro americano, que machacaba insistentemente con una guitarra acústica. Con 10 años ya andaba tocando por los locales de Cork y a los 12, tras ganar el concurso de talentos de la localidad, se compró su primera guitarra eléctrica.

Esta primera guitarra eléctrica no fue la que cualquier fan de Rory reconocería nada más verla, la famosa Stratocaster del 61 que compró de segunda mano, también en Cork, en el 63 y que le acompañaría durante toda su carrera.

Un año después de comprar la Strato’61, Rory formó, a la edad de 16 años, el primer grupo del que se recuerda el nombre: la Fontana Show Band (luego The Impact) que giró por Gran Bretaña al año siguiente. En 1966, con 18, formó con Eric Kitteringham (bass) y Norman Damery (drums) el trío Taste, que vivió una segunda versión en el 68 con Richard McCracken (bass) y John Wilson (drums) y que hizo de telonero de Blind Faith en un tour por Canadá en el 69.

Cuando en 1970 Rory Gallagher comenzó su carrera en solitario, llevaba a sus espaldas unos 10 años trabajándose los baretos desde Cork hasta Hamburgo. Desde entonces, estas son las distintas formaciones básicas de su banda:

Rory Gallagher (guitar, vocals)
1970-1972: Gerry McAvoy (bajo), Wilgar Campbell (batería)
1972-1976: Gerry McAvoy (bajo), Lou Martin (piano), Rod De’Ath (batería)
1976-1981: Gerry McAvoy (bajo), Ted McKenna (batería)
1981-1991: Gerry McAvoy (bajo), Brendan O’Neill (batería)
Mark Feltham era invitado habitual de Rory para tocar la armónica.

Su primer álbum en solitario, de título “Rory Gallagher”, data de 1971 y es una buena muestra de lo que Rory nos iba a ofrecer a lo largo de más de 20 años de carrera: todo su gusto por el blues combinado con toda su tradición irlandesa. Seguramente su música no puede calificarse con los sobrenombres de fusión o étnica, pero resulta obvio que Rory Gallagher aprovechaba al máximo la fusión de sus raíces irlandesas con la música de su vida, el blues, desde sus primeros pasos. Eso, unido a su indiscutible buen pulso, confiere a su música un aire especial capaz de transportarnos desde una carretera polvorienta del sur yankee a alguna mohosa ruina irlandesa envuelta por el sonido de una gaita. En este sentido, Rory podría parecerse a otro de esos irlandeses ilustres que han sabido impregnar la historia del rock con los antiguos airs de su antigua Irlanda, Van Morrison. Pero cualquier parecido de Rory con la etiqueta étnico, tal como hoy la entendemos, es inexistente. En él no predominaba la intención de combinar músicas de un lugar y otro buscando el exotismo; era, simplemente, un músico irlandés de blues que le ponía al blues todo el sabor de su ascendencia.

En “Rory Gallagher”, además de esa influencia irlandesa en su blues, encontramos también algunas de las múltiples facetas de este músico, que van desde el registro salvaje de “Laundromat”, con la que se inicia el disco, hasta las hermosas dosis de calma que destila, inmediatamente después, la acústica “Just the smile”. Descubrimos así a un guitarrista refinado pero muy potente, tan hábil con la eléctrica como con la acústica, y a un cantante experto. Básicamente Rory es lo que llamaríamos el clásico músico on the road, duro, gastado, pero con una inmensa sensibilidad tras esa fachada de primitivismo, reacio a los compromisos que impone el marketing musical. Es un músico austero que siempre tomaba como base una pequeña banda (y, como se ve, a menudo con músicos de su país, con su gente), poco dado a los grandes espectáculos y las coreografías.

Muestra de esa austeridad fue también su siguiente disco, “Deuce” (1971), que, frente a “Rory Gallagher”, es un disco menos producido y grabado prácticamente sin interrupción tras breves sesiones de ensayo. Bastante a pelo. La Strato ’61 suena de maravilla, llevando el peso de las canciones como suele ser habitual en Rory, esa especie de hombre orquesta de la guitarra capaz de llenarte el coco con su riquísima gama de jueguecitos y su temperamental voz aunque no hubiese nadie más tocando (en esto me recuerda un poco a Hendrix, que también era único a la hora de dejar atrás a cualquiera que tocase con él, de una forma inevitable que, por otro lado, nadie querría evitar).

Cualquier disco de Rory está completamente lleno de solos de guitarra magistrales. Los hay a decenas. La Strato llenaba cada surco de cada vinilo. En “Deuce” volvemos a encontrar algunas de estas joyas de nuevo en diversos registros: la punzante electricidad de “Used to be” o el alegre desenfado acústico de “Don’t know where I’m going” (una canción, para entendernos, en la línea de otras joyas del género como el “Ol’ mean world” que hacen Clapton y Allman). Junto a éstas podemos disfrutar también, por ejemplo, de un blues excelentemente arrastrado como “Should’ve learnt my lesson”, básico, con una de esas bateras que suena un poco a cajón de fruta y la Strato chirriante.

A “Deuce” siguieron “Live in Europe” y “Blueprint”, que no tienen nada que desmerecer a los anteriores pero de los que hablaré poco, ansioso por enfrentarme a “Tattoo” y al “Irish Tour”, publicados justo después. Aún así, no me quedaré con ganas de decir que en “Blueprint” podemos encontrar una angelical y hawaiana “If I had a reason” que pone de manifiesto una vez más la versatilidad técnica y la originalidad de este músico, no siempre reconocida.

‘Sé que muchos críticos dicen ‘Oh, él está haciendo el mismo viejo rock y blues, no está cambiando, no está haciendo fusiones...’. La gente espera de mí un cambio, pero ese cambio sería un engaño. Puedo hacer un álbum de fusión, y lo puedo hacer divertido, o hacer un álbum reggae y ponerme un sombrero country del Oeste y todo el mundo diría ‘Está progresando’. Eso no es progresión, sólo es jugar diferentes jueguecitos con los medios .../... No quiero sólo recrear el viejo blues, quiero hacer un sonido nuevo. Pero obviamente cualquiera que me oiga se dará cuenta de que adoro el blues y el rock. Esa es mi ambición’
“Tattoo”, de 1973, es un disco fantástico, probablemente también uno de los más difundidos del irlandés. Tiene un sonido opaco, que pone de relieve el poco interés que en aquellos momentos mostraba el autor por los experimentos de estudio. A pesar de lo cual el disco tiene un gancho especial. La canción “Tatto’d Lady” está cargada de encanto y de vitalidad; “20:20 vision” es el acostumbrado blues acústico, austero: ‘People talk about her like she was a diamond on the shelf/ People talk about her like she was a diamond on the shelf/Well, I got 20/20 vision, I can see that for myself’. Junto a ellas encontramos el potente y veloz “Craddle Rock”, la boogie “They don’t make them like you anymore”…
“Irish tour” se publica en 1974 y, en mi opinión, estamos ante uno de los discos grandes de Rory ‘Gálaja’. Hay muchos motivos para que sea así. Románticamente uno: Rory toca en Irlanda... Señoras y Señores: abróchense los cinturones. El disco empieza con un “Craddle rock” (LP “Tattoo”) completamente demoledor, tocado a toda pastilla. En seguida otro pedazo de canción con la Strato chillando como nunca: McKinley ‘Muddy Waters’ Morganfield rabiaría de gusto oyendo a alguien bordar de esa manera “I wonder who”. “Tattoo’d lady”, “Too much alcohol”... y llegamos a “A million miles away”. La canción también es del LP “Tattoo”, pero en el “Irish Tour” tiene una fuerza que, a mi juicio y a mi corazón, la llevan a convertirse en una de esas canciones legendarias a la altura de “Stairway to heaven”, “Hotel California” o cualquier otro gran himno. Una dulce intro que va cargando la tensión, un delicioso piano de Lou Martin, un toque lírico irlandés, los acostumbrados solos de Gallagher... construyen una canción sublime. Básica y sublime.

Todo el “Irish Tour” tiene fuerza y una interpretación que es como la esencia del directo, cuando no hay luces ni muñequitos bajando desde lo alto del escenario. No estamos ante uno de esos directos programados tan habituales en los 2000, aquí el artista no se presenta ante su público con un programa estudiado sino que sale a escena y se pone en carne viva tocando lo que sabe.

‘Por un lado tú eres un músico y sólo quieres tocar lo que te gusta para una buena audiencia, y en unos términos razonables de capacidad. Ese es mi mayor reto, aunque naturalmente eres un ser humano y tienes un ego como cualquier otro... Te gusta ser tan grande como crees que mereces o como otros crean que debes ser... Bueno, yo soy feliz haciendo lo que hago, pero no suelo organizar mi mente alrededor del éxito y planear a cerca de él como hacen otros, y eso disgusta a alguna gente con la que tengo que tratar’.

En 1975, Rory saca el disco “Against the grain”, del que merece la pena resaltar la magnífica versión del “All around man” de Bo Carter (que fue integrante de los Mississippi Sheiks, absolutamente clásico de blues del Delta). Junto a ella, siempre dentro del terreno del blues-rock, hay canciones tan bonitas como “Bought and sold” o “Out of the western plain”, un country blues de Huddie Leadbetter. Las de Leadbetter, Carter y el “I take what I want” de Porter, Hodges y Hayes (cargado de bronca) son las tres únicas composiciones ajenas de este disco, en el que encontramos 7 nuevas composiciones del irlandés.

“Against the grain” mantiene el tono básico que tenía “Deuce” y podría considerarse el cierre de un etapa en cuanto que en el siguiente disco, “Calling Card”, muestra una producción más cuidada y, en general, una mayor atención al acabado de las canciones, siempre manteniendo ese sabor austero en la producción que le caracteriza pero, esta vez, con toda la solidez de un artista completamente maduro. En resumidas cuentas: Rory va evolucionando, pero eso no le resta ni un ápice de naturalidad y la música que encontramos en sus discos sigue viniendo desde el corazón con muy pocos intermediarios y sin ningún amaneramiento.

“Calling Card” (1976) es un disco que no debería faltar en la discoteca de cualquier aficionado al blues y al rock. Es un disco magnífico que abre lo que va a ser una época dorada de Gallagher, con tres discos consecutivos en los que se muestra pletórico de ideas y con el temperamento a tope. Como decía, en Rory no debemos esperar nunca grandes cambios, sólo los obvios en un artista entregado a un estilo, trabajador, que, naturalmente, cada vez toca mejor, canta mejor y construye mejor sus canciones.

La producción es más cuidada que en los anteriores trabajos y se nota que es un disco hecho con mucha dedicación aunque, como siempre, adivinamos más un intenso trabajo previo y una intensa compenetración entre los músicos que una superproducción en la mesa. No en vano, es el cuarto año de la formación McAvoy-Martin-DeAth.

“Calling Card” no es, ni mucho menos, un disco conceptual, pero es un disco entero en el sentido que le daba a entero el pintor Antonio López al referirse a la excelencia de una obra pictórica (véase la película “El sol del membrillo”, de Víctor Erice): las canciones parecen hechas para estar ahí, una detrás de otra, sin que ninguna otra combinación resulte, en conjunto, tan hermosa: “Calling Card”, “I’ll admit you’re gone”, “Secret Agent”… Por si fuera poco, la última reedición en cd nos ofrece “Rue the day” y una primera toma de “Public Enemy Nº1”.

Aunque la banda cambió para el siguiente disco, “Photo finish” (1978), con la salida de Martin y la sustitución de Rod DeAth por McKenna a la batería, el sonido sigue siendo más parecido a su predecesor “Calling Card” que a “Top Priority”, publicado ese mismo año con esa misma banda. Aquí, sin embargo, el sonido es completamente eléctrico y, de nuevo, el disco es una fabulosa colección de buenas canciones: “Shadow play”, “Cruise on out”, “Brute force and ignorance”... La reedición en cd nos ofrece, además, uno de los temas más logrados de Rory Gallagher: el antes inédito “Juke Box Annie”.

En “Top priority” (1978) el sonido cambia y nos encontramos, como en el anterior, ante uno de los discos más eléctricos de Rory, sin concesiones a la acústica y con un aire que podríamos calificar hasta de salvajemente pop a ratos (y en otros tan bluesy como siempre). El disco empieza con la strato rabiando a tope en “Follow me”, un pedazo de canción que nos engancha a la primera, pegadiza, cañera... le sigue “Philby”, inspirada en la figura del famoso doble agente de la inteligencia británico-soviética, con un tempo más lento, intenso, y una guitarra llorona que te toca hasta la última neurona. Después “Wayward child” y, a partir de ahí, el disco se hace maravillosamente áspero: “Keychain”, que es como pasear por un desierto a mediodía, “At the Depot”, rocanrolera, la enfadada “Bad Penny”... y un soberbio final con “Public Enemy Nº1”,otra canción para no perdérsela.

Si el “Irish Tour” resultaba emocionante e intenso, “Stage struck” prescinde de esa emotividad y resulta simplemente demoledor recordando temas de “Top Priority”, “Photo finish”... grabados en su gira mundial de noviembre de 1979 a julio de 1980.

En el 82 Rory publica el que va a ser el último disco antes de un largo parón de 5 años sin deleitarnos con otro. “Jinx” es un disco, como los dos anteriores, eléctrico. Como en ellos, hay concesiones a los tiempos más lentos y a las dosis de dulzura, pero dulzura casi totalmente eléctrica, como en “Easy come easy go” y, desde luego, han desaparecido las canciones acústicas con las que nos deleitaba en los primeros discos. Las eléctricas siguen siendo tan magníficas como “Jinxed”, otra canción para tener siempre cerca.

Tras cinco años, en el 87, este joven viejo bebedor de Guinness, incansable músico de bar y carretera, nos sorprende con un disco que es como otra vuelta de tuerca a lo de siempre, sin perder ni un ápice del temperamento que, a estas alturas, nos lo había hecho tan querido. “Defender” es una obra maestra de un músico que sólo puede buscar ya el refinamiento después de llevar años mostrándose completamente maduro. Rory no explora nuevos caminos, sigue su camino buscando sonidos nuevos.

“Defender” es un disco más metálico y con un sonido más claro que “Jinx”. En la batería está Brendan O’Neill en lugar de Ted McKenna y el disco cuenta con las colaboraciones de habituales como Lou Martin (piano en “Seven days”) y Mark Feltham a la armónica. “Continental Op (to Dashiell Hammet)” o el hiriente blues “I ain’t no saint” son algunas de las buenas canciones que pueblan este disco.

Su siguiente y último disco, “Fresh evidence” (1990) es la despedida que podíamos esperar de este tipo sobresaliente. Rory nos deja todo su amor por la música y por el blues con un sonido brillante como nunca, esta vez acompañado por una banda numerosa en la que recupera a Martin y se hace acompañar de saxos (más metal), teclados (John Cooke, que ya había colaborado con Rory), la armónica de Mark Feltham, el inseparable Gerry McAvoy con su pelo a la permanente...

Parece como si Rory, aquejado ya de una grave afección hepática, hubiese querido despedirse a lo grande, y la despedida resulta emocionante.

“The Loop” es una magistral pieza instrumental, “The King of Zydeco” una perla de ese estilo, “Middle Name”, “Ghost blues”, “Slumming angel”... “Alexis” está dedicada al patriarca del blues británico Alexis Korner: el círculo se cierra.

El 14 de junio de 1995 Rory moría en un hospital de Londres víctima de una vieja afección del hígado.

Una Guinness a la salud del Maestro.

DISCOGRAFÍA

“Rory Gallagher” (1971)
“Deuce” (1971)
“Live in Europe” (1972)
“Blueprint” (1973)
“Tattoo” (1973)
“Irish Tour” (1974)
“Against the grain” (1975)
“Calling Card” (1976)
“Photo-Phinish” (1978)
“Top priority” (1978)
“Stage Struck” (1980)
“Jinx “(1982)
“Defender” (1987)
“Fresh Evidence” (1990)

Y su obra se completa con colaboraciones en las sesiones londinenses de Muddy Waters, Jerry Lee Lewis o Howlin’ Wolf, con Lonnie Donegan en el 78 y con Chris Barber en el 93, etc. Lamentablemente su actividad mermó ya en los últimos años, aquejado de la enfermedad del hígado que acabó llevándoselo el 14 de junio de 1995, con sólo 47 años.

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